miércoles, 3 de noviembre de 2010

Otoño


                                                 
Aún hoy recuerdo el olor que me dejaban estos días alegres del otoño en mi infancia, era un olor neftalina, hierba seca y humeda, a oreo de praos pastados, a sangre coagulada en la comisura de los labios. Hoy lo recuerdo como parte de unos felices días de infancia, de juegos sin reglas en la plaza del pueblo o en los huertos circundantes, eran noches frías y secas corriendo en pos de las quimeras infantiles, de héroes que fingiamos, de pequeñas rivalidades que se iniciaban. Eran cielos estrellados, maullidos de gatos que buscaban refugio, graznido de chovas y grajas que acudían al abrigo de los álamos para pernoctar al abrigo que éstos ofrecían, gritos de muchachos en pantalón corto que disfrutaban de las primeras libertades paternas, voces de mujeres llamando a sus hijos, corros de adultos expirando humos de sus cigarros liados charlando sobre la sementera que se iba, eran noches, en fin, de juegos, de locuras infantiles, de cultivadas ilusiones, de chimeneas vomitando el humo de los cálidos hogares en donde se cocía  la leche recien ordeñada, eran las primeras escapadas de la casa paterna, era el inicio de los primeros vuelos, era la novedad del coche de línea que pasaba entonces, el ruido del carrillón del reloj del ayuntamiento marcando inexorable los cuartos y la horas, eran las luces mortecinas de las ventanas y del alumbrado público, el vaho saliendo de nuestras bocas por el esfuerzo de los juegos, era el cansancio que empezaba a adueñarse de nosotros tras un día de frenética actividad, era en definitiva, el olor que este otoño he buscado.

1 comentario:

  1. Realmente entrañable, con la veracidad que siempre trae consigo lo sentido con profundidad. Me parece una preciosa evocación llena de nostalgia y belleza, además de estar servida sobre un soporte literario estupendo. Estas son las cosas que merece la pena que se nos recuerden; que se nos cuentes.

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