domingo, 14 de noviembre de 2010

Domingo

 Cada domingo me hago el remolón en la cama hasta que me puede la necesidad y me levanto. Mi ritual después de la higiene, desayuno y abluciones es la de bajar a la calle, tomar un café, dar un paseo, comprar el periódico y el pan, disfrutar de la mañana sin obligaciones ni prisas degustando cada uno de los pasos que doy, exprimiendo cada una de las sensaciones que percibo, a veces sentándome en un banco del paseo fluvial, otras mientras mis pasos me conducen por nuevos caminos, es verdad, todos están descubiertos, pero no todos los días esos caminos o esos descansos en los bancos muestran los mismos escaparates. Hoy he vuelto a la rutina dominguera, pero hoy notaba un aire especial en el ambiente, estaba el día gris, lluvioso, temperatura agradable, parecía un día recién lavado y perfumado, era uno de esos días en los que me gusta caminar y caminar, en ese deambular sin rumbo fijo uno se encuentra a todo tipo de personajes, el deportista sudoroso que nos rebasa dejando tras de sí una exhalación de exigencia, el anciano que pasea sus experiencias esperando el futuro prometido, los que como yo son simples paseantes que rumian sus reflexiones o evalúan su situación, señoras que acarrean el pan, los cruasanes, magdalenas... para el desayuno de los suyos, jóvenes que regresan después de una noche en vela, otros incalificables que la vida les llevó a estar en la calle a esa hora; en definitiva la vida sigue como cada día y como cada día la necesidad y la exigencia de la gente sigue existiendo, sigue siendo el motor que nos moviliza, nos exige volver ponernos en pie, volver a afrontar el día a día, vencer o rodear dificultades para seguir viviendo. Mi paseo de hoy también era una exigencia y necesidad de mi propia existencia.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Otoño


                                                 
Aún hoy recuerdo el olor que me dejaban estos días alegres del otoño en mi infancia, era un olor neftalina, hierba seca y humeda, a oreo de praos pastados, a sangre coagulada en la comisura de los labios. Hoy lo recuerdo como parte de unos felices días de infancia, de juegos sin reglas en la plaza del pueblo o en los huertos circundantes, eran noches frías y secas corriendo en pos de las quimeras infantiles, de héroes que fingiamos, de pequeñas rivalidades que se iniciaban. Eran cielos estrellados, maullidos de gatos que buscaban refugio, graznido de chovas y grajas que acudían al abrigo de los álamos para pernoctar al abrigo que éstos ofrecían, gritos de muchachos en pantalón corto que disfrutaban de las primeras libertades paternas, voces de mujeres llamando a sus hijos, corros de adultos expirando humos de sus cigarros liados charlando sobre la sementera que se iba, eran noches, en fin, de juegos, de locuras infantiles, de cultivadas ilusiones, de chimeneas vomitando el humo de los cálidos hogares en donde se cocía  la leche recien ordeñada, eran las primeras escapadas de la casa paterna, era el inicio de los primeros vuelos, era la novedad del coche de línea que pasaba entonces, el ruido del carrillón del reloj del ayuntamiento marcando inexorable los cuartos y la horas, eran las luces mortecinas de las ventanas y del alumbrado público, el vaho saliendo de nuestras bocas por el esfuerzo de los juegos, era el cansancio que empezaba a adueñarse de nosotros tras un día de frenética actividad, era en definitiva, el olor que este otoño he buscado.